lunes, 20 de diciembre de 2010

Tiger&Dragon

Hubo una vez un pequeño tigre, con sus colores, su fortaleza, su belleza y sus rayas. Un pequeño tigre que disfrutaba de la soledad como cualquier otro animal de su especie; se maravillaba con la naturaleza que lo rodeaba… jugando con lo primero que pillara. Era un tigre feliz, disfrutaba de la vida, tanto cuando sonreía, como cuando lloraba al hacerse daño.

Los años pasaron, y el pequeño tigre ya no es tan pequeño, ahora es más fuerte, más astuto, más inteligente… y sobre todo observador; una vida en soledad le enseñó a estarse quieto, agazapado y mirar y mirar… escuchar y escuchar… interpretar e interpretar… así ha sido su vida, y no se imaginaba otra distinta.

Los años siguieron pasando, y la vida de aquel tigre no cambio en absoluto hasta que un día, un suave atardecer de primavera vio un pequeño cuerpo que se movía con gracia entre la espesura de la jungla… entrecerró los ojos y sin dar crédito a lo que veía lo fue flanqueando hasta acercarse más… acechando, como siempre ha hecho.
Al principió frunció el ceño, pero poco a poco se le fueron abriendo de par en par ¿Qué era aquello? Una piel escamosa, delicada a ojos vista, un contoneo suave y delicado, unos ojos que ardían en vida… era un dragón, un dragón pequeño en tamaño, pero grandioso en espíritu… El tigre jamás había visto algo así y cometió el error de quebrar una rama con una pata. El dragón, al oír el chasquido salió despedido volando, como si fuera un pez en el agua, moviéndose sinuosamente y perdiéndose en el horizonte…
El tigre se quedó sentado, mirando al cielo y con ojos tristes, acababa de ser testigo de la cosa más bella que jamás hubiera sido capaz de imaginar.

Los días siguieron, extraños, distintos… buscando aquella forma, tanto en la jungla como en su propia mente; recordando aquel momento, saboreando, recordando los olores, las sensaciones de aquel corto momento. Sus sueños ahora tenían otro protagonista, siempre era el mismo, en miles de batallas, enfrentándose a monstruos de leyenda y saliendo victorioso… ahora no, ahora soñaba con aquel dragón, esa belleza lo tenía tan absorto, que ni el tigre mismo salía en los sueños… o eso creía, porque realmente si estaba ahí, pero no se reconocía a sí mismo.

Semanas y meses siguieron a continuación en ese imperturbable camino del tiempo, ya nada sería igual, y el tigre empezaba a perder la razón, no podía evitar sentirse observado, no podía evitar creer que veía al dragón observándole entre las sombras; aturdido y confuso, el tigre fue perdiendo fuerza… y su primera raya desapareció.

Un año entero paso hasta que volvió a ver al dragón… estaba en un claro de la jungla, con sus escamas reluciendo ante el sol de la mañana… una visión, cuanto menos, divina… en ese instante el tigre se atrevió a blasfemar en su interior

– ni Dios es capaz de albergar tal belleza –

Pero el dragón pareció escucharle pues se le quedo mirando con ojos sorprendidos… todo se volvió silencioso, ni un ruido, ni el rubor de los arboles mecidos por el viento, ni el ulular de algún pájaro… nada… solo el claro, los rayos del Sol, y el tigre observando al dragón y viceversa… pudieron tirarse años mirándose, que ninguno de los dos pararía de mirar a los ojos del otro.
Él se enamoró del dragón, al instante, perdidamente, algo tan majestuoso solo merecía la admiración de quien pudiera observarlo… pero aquellos sentimientos, aquella semilla que fue plantada hace año, en ese mismo instante germinó a una velocidad desmesurada, no había control, no había forma de frenarlo, y por muchas patas que pusiera el tigre no era capaz de controlar aquellos sentimientos tan fuertes que lo dejaron completamente bloqueado, sin habla…

El tiempo pasó, como siempre, siempre pasaba, lentamente ya para el tigre pues se pasaba los días contando cada minuto que estaba sin ver al dragón. Había veces que aparecía, estaban juntos, mirándose durante días para luego desaparecer… y entonces, en esos momentos en los que el tigre estaba solo, era cuando desaparecían más y más rayas de su pelaje, hasta tal punto que solo parecía un gato grande y naranja…
Pero no era algo malo, era algo bello ¿Sabéis por qué? Porque cuando el dragón aparecía, el tigre recuperaba cada una de sus rayas, recuperaba su porte, su nobleza, su fuerza… era, si cabe, más grande que nunca.

Esta, es la unión más hermosa que jamás ha llegado a ver la naturaleza, pero el dragón, aun grande como un continente en su espíritu, también es un mar de dudas.
El tigre es paciente, y aguantó todo lo que su alma era capaz… ahora, aunque muera en vida, se quede sin rayas, pierda lo que le hacía un gran tigre… debe velar por el dragón, y si se queda, se quedara con el por los restos, sino, deberá desaparecer en lo más profundo de la jungla, donde nunca un tigre a atrevido a poner su pezuña… sin sus rayas, sin su corazón… únicamente con el coraje que le queda y la cabeza erguida.

1 comentario:

  1. Me recuerda muchísimo al final de un libro que leí, por "la majestuosidad" del dragón y el fondo de la historia. Es realmente preciosa, esperanzadora y triste a la vez. Creo que yo jamás podría llegar a ser el tigre.

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