Sonriendo, escuchaba la dulce melodía de las olas chocando
contra las rocas. Ese lugar era especial para él. Llegó a atesorar muchos
recuerdos ahí y le sirvió de refugio en los momentos de mayor debilidad. Se
podría decir que era su sitio después de que ella se lo enseñara.
En el momento que decidió irse, un grupo de gente lo apresó,
amordazó y cubrió su rostro. Algunos gritaban, otros le increpaban y unos pocos
le golpeaban. Él no se resistió. Perdida la voluntad y la alegría a uno solo le
quedaba languidecer hasta no ser más que polvo y ceniza… solo le quedaba el
olvido pues no habría nada que mereciera la pena recordar.
Volvió a ver. Una sala angosta, mal iluminada y muchas
personas. Rostros anodinos lo miraban y juzgaban como si fuera un monstruo. Él,
confuso, no comprendía la magnitud de lo que estaba ocurriendo.
Se atrevieron a llamarlo juicio, pero en realidad era una
burla a la sagrada justicia, un insulto. A cada pensamiento que vomitaban era
un escupitajo nauseabundo contra la verdad. Siempre repetían la misma palabra,
sospecha ¿prueba? Ninguna. Solo se le permitió hablar una vez, pero habló para
la nada pues no hay más sordo que el que no quiere escuchar. Él lo supo, pero
él lo intentó.
Confesó su error, que no crimen. Confesó su arrepentimiento
y lloró con la cabeza bien alta. Su corazón latió tranquilo porque sabía la
verdad, sabía lo ocurrido. Pero no bastó. Quien juzga con los ojos vendados,
juzga con dureza y negará todo lo evidente, aunque se le quite el velo.
La sentencia fue proclamada a golpe de martillo. El olvido,
condenado por crímenes que no había cometido ni en la peor de sus pesadillas,
condenado en base a la sospecha y el miedo. Quienes lo juzgaron no eran hombres
virtuosos como Platón hubiera podido desear.
¿Dónde quedó la Prudencia? La prudencia de dar la ocasión a
evitar una condena basada en miedos, de ayudar a la justicia a ser como debía
ser, justa. Él no percibió ni un atisbo de reflexión mesurada. No, solo la
desmesura de un miedo que te propulsa a dimensiones absurdas y alocadas.
¿Y la Fortaleza? La capacidad de aceptar lo ocurrido y
superarlo, la fuerza que un ser humano debe poseer para atribuir la importancia
justa a lo ocurrido. Ni sobredimensionarlo, ni infravalorarlo. De no tener miedo, de ser capaz de afrontarlo,
mirarlo a los ojos sin dudar… solo así se le vence; solo así se descubre la
verdad.
¿Templanza? Ninguno poseyó esa virtud, todos deseaban
condenarle, todo deseaban olvidarle en el agujero más oscuro que pudieran
encontrar.
Y ya no hablemos de la Justicia. No se puede hablar de
justicia cuando se ha juzgado antes de atreverse a considerar la verdad. No hay
justicia cuando el miedo domina tus actos. Solo hubo una pantomima, un teatro
para cuando llegara el día de mañana, intentar pensar que todo se hizo bien,
tratando de acallar las voces díscolas de la conciencia, voces que le
susurraran en las noches más frías que todos se merecen una segunda
oportunidad, que el miedo nubló el juicio.
Condenado de asesinato sin ser asesino, sin arma ni cadáver,
una sospecha que dio vida a un árbol podrido e infecto. Justicia lo llaman
cuando deberían llamarlo vergüenza.
Fue lanzado contra una pared de piedra desnuda. Grilletes
mordieron sus muñecas y tobillos. La puerta se cerró y el olvidó apareció con
su sardónica sonrisa.
Ya no podía llorar. Solo quiso escuchar la música del mar,
pero la única canción que le quedó para el resto de su vida era el metálico
entrechocar de sus cadenas. Se derrumbó sobre sus rodillas con un corazón
sereno, él sabía la verdad y eso era lo único que podría reconfortarle.
Hubiera merecido la pena luchar, pero a veces la situación supera al más voluntarioso. Nadar contra
una fuerte corriente solo es alcanzable por los embravecidos salmones, no para
alguien que fue diseñado para amar.
oniria By Malarkeys