sábado, 12 de marzo de 2011

Odio



Un Sol de justicia estaba irradiando la extensa sabana. Sus rayos dorados y cósmicos calentaban tanto a todos los animales que allí convivían que corriendo, a la desesperada, buscaban un poco de sombra o cobijo.
En todo aquel inmenso zoológico, había una solitaria hiena bajo un pequeño arbolito, que gracias a su sombra, el animal podía tener una más que apacible siesta. Sus patitas, apoyada una sobre la otra y sobre las mismas la somnolienta cabeza de la hiena. Realmente no estaba dormida, pero sí que descansaba lo que podía… agitaba su rabo de vez en cuando para espantar a las moscas y gruñía un poco molesta cuando había moscas demás sobre su hocico.

Y no había mucho más que contar, la hiena se pasaba las horas muertas en la sombra de su árbol, dejando el tiempo pasar mientras su mente fantaseaba con grandes festines de comida, victorias sobre enemigos más poderosos, que tenía cachorrillos que cuidar…
Pero aquella tarde el ambiente estaba enrarecido, todos los animales lo presentían, y el nerviosismo era, cuanto menos, palpable en el aire… para todos menos para la hiena.
El cielo empezó a chasquear, parecía a punto de partirse en dos, una vorágine de nubes negras empezó a arremolinarse sobre toda la sabana… la intensidad y la velocidad fue tal que muchos animales tardaron en reaccionar; pero en cuanto lo hicieron salieron en estampida… una estampida generalizada, tanto cazadores como cazados, todos saliendo de la turbadora influencia de aquel remolino gigante de nubes negras.

El primer rayo cayó sobre la tierra… un rayo de mil colores, que en una fracción de segundo de vida pasó desde el blanco puro hasta el negro más intenso… pasando por tonos violáceos, rojizos, amarillos… después de ese rayo vinieron infinidad de ellos, todos iguales, todos mudos, únicamente estrellándose sobre el suelo y provocando cráteres humeantes allá donde impactaban… árboles ardiendo en llamas negras, pastos reducidos a cenizas… un caos, una debacle; y la hiena en su mundo.
Pero pronto abrió un ojo con pereza y se encontró aquella dantesca estampa ante ella, sintió miedo, soledad… pero no se atrevió a avanzar. Fue entonces cuando miró hacia arriba y vio como un rayo caía sobre su árbol destrozándolo en el acto. Las patitas le temblaban a la vez que no respondían a su orden de “correr”

-Bueno, los rayos no caen dos veces sobre el mismo sitio

Pensó, nerviosamente, para tratar de tranquilizarse a sí misma y aunque no lo logró como le hubiera gustado, fue en ese instante cuando un rayó negro le dio de lleno; la hiena tenía razón, no caen dos rayos sobre el mismo punto ya que este cayó al lado del árbol, donde la hiena estaba.

La tormenta no duró mucho más, descargó todo su odio y se marchó por donde vino, un cielo tranquilo quedó y el sol volvió a salir.

Poco a poco, los intranquilos animales fueron volviendo al lugar… pasos cortos, temerosos… mirando a un lado y a otro aunque sobre todo al cielo. Sus corazones latían intensamente, notaban las venas y arterias de sus cráneos hinchadas y palpitantes… miedo en estado puro… pero volvieron. Cebras, antílopes, leones, rinocerontes, elefantes, hienas, buitres, todos volviendo con esos pasos inseguros, como creyendo que el suelo se caería bajo sus patas al primer pisotón…

¿Y la hiena que fue alcanzada por un rayo?

Esa hiena seguía viva, tirada sobre donde estaba, muerta en apariencia… su pelaje ahora era negro intenso, negro como una noche sin estrellas, negro como el fondo del mar… y no era su tonalidad cromática, no, iba mas allá, era un negro que te dejaba sin esperanzas, un negro que absorbía toda la luz, un negro que provocaba miedo.

El resto de hienas de su jauría se reunieron en torno a ella y la fueron olisqueando, como preocupadas, era una de las suyas, y parecía muerta hasta que…

… sus parpados se abrieron con fuerza, parpadeo una única vez dejando ver unos ojos rojos, rojos como la sangre arterial, un rojo brillante, un rojo ardiente… un rojo que devoraba el mundo con tan solo mirarlo; se levanto sobre sus patas y miró a sus antiguas hermanas y hermanos… olfateó el aire y gruño con fuerza, un gruñido gutural, un gruñido que iba más allá de un desafío colectivo… un desafío, que por supuesto, ninguna acepto y todas salieron huyendo con el rabo entre las piernas completamente atemorizadas.

Los días fueron pasando, y aquel monstruo negro únicamente era movido por una fuerza destructiva, una fuerza llena de odio… asesino animales sin necesidad alguna, familias de cebras, impalas… no le importaban su edad, no le importaba nada… la hiena negra no tenía hambre de carne, tenía hambre de destrucción… se enfrento a rinocerontes, logró matar a uno de ellos… era tal la energía del odio que fue capaz de penetrar la dura piel de aquellos animales, no había nada que se le resistiera… robaba a sus congéneres, los mataba, derrocó a los líderes de las jaurías por el meró hecho de tener poder, de estar encima… todo por destruir, todo rabia, todo sangre, todo muerte…
No había nadie que se atreviera a hacerle frente, nadie que osara mirarle… o sencillamente, nadie que quisiera meterse en esa tierra llena de muertos y sangre.

Y los días siguieron pasando, y cuando todo aquel territorio fue devastado por la hiena negra, esta, avanzó… ahora el tiempo se movía lentamente, el viento veraniego meciendo el pelaje negro del a hiena… los espumarajos saliendo a borbotones entre sus dientes… esa sonrisa macabra y demencial, esos ojos con su mirada turbada… la respiración agitada, como su vientre se hinchaba y deshinchaba. Sus pisadas, lentamente aplastando la hierba para luego dejar un rastro de maleza marchita.
La hiena sabía perfectamente que línea acababa de cruzar, y le importó poco… fue directa hacía donde sabía que estaban… donde estaban sus próximas víctimas, donde la nueva sangre seria vertida, sangre noble y pura… sangre que podría paladear con gusto después de la victoria que ella misma vislumbraba en su interior mientras avanzaba lentamente.

En una zona de matorrales altos la esperaba alguien, el único ser capaz de vencerla… un majestuoso león, con su enorme melena… unos ojos llenos de sabiduría, unos ojos llenos de seguridad… el rey de la selva en persona la esperaba en linde de aquel “bosque de matorrales”

Y se encontraron… la mirada noble del león con la mirada desquiciada de la hiena. No hubo palabras, no fueron necesarias, el león sintió lastima pero debía actuar, tomar la iniciativa… ya había superado la dura presencia de aquel monstruo negro que dejaba a otros bloqueados; ahora tocaba actuar antes que ella para ir un paso por delante, la rabia y la ira que siempre demostraba sin previo aviso era la constituyente de la mayoría de sus victorias.

La pelea fue rápida, la hiena fue ahora la sorprendida por la fiereza del león… su grandeza… estaba muy por encima de ella por mucha fuerza que sacará del odio. Había cosas muy por encima del mismísimo odio, muchas cosas que lo vencían sin esfuerzo alguno… y así fue, como la hiena fue herida de muerte por los potentes zarpazos del león.

Tendida sobre la tierra, emanando sangre negro y viscosa por las heridas abiertas en su piel, la hiena fue recuperando su antiguo ser… el león la observaba con pena al comprender, pero no había otra solución. Poco a poco la hiena fue aceptando su destino, fue aceptando lo que pasó… y por primera vez en semanas se encontró en paz, tranquila… y aunque había pagado un alto precio, por fin, desde que fue alcanzada por el rayo negro, estaba tranquila, en paz… sencillamente era ella.

Y el odió la abandonó, su pelaje se volvió moteado como siempre y su sangre fue roja por última vez… pero antes de morir, la hiena emitió su carcajada final y yació con una sonrisa en su rostro.

El león, antes de marcharse, puso una pata sobre el lomo del cadáver de la hiena y cerró los ojos durante un instante

- Ve en paz, no permitas que el odio domine tus actos… ni esta vida ni en las siguientes


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