Erase una vez un joven guerrero que por azares del destino emprendió un viaje en la búsqueda de si mismo y de su lugar en el mundo.
Era un joven apuesto, con el cabello largo de tonos oscuros y con un brillo cegador; sus ojos, color miel eran un dulce para la vista, y no solo por su mirada intensa, en ellos había un luz misteriosa y llena de fuerza. No era excepcionalmente alto, pero su cuerpo estaba bien desarrollado y musculado pero sin llegar a la aberración anatómica.
Sus ropas eran modestas, tonos grises y negros, tratando de no destacar. Su armadura era sencilla pero eficaz ya que cumplía su función; pero lo que mas destacaba de sus pertenencias era su espada, nadie sabe de donde vino ni quien la forjó, pero era una espada única, perfecta, equilibrada… su filo era tal que cortaba el aire, y el zumbido que provocaba al hacerlo parecía una dulce melodía de muerte. La empuñadura tenia la forma de una zarpa de una bestia que podría haber sido mítica o real, pero lograba dar un toque bello y amenazante.
El joven guerrero recorría el mundo a pie, sin compañía, solo con la fuerza de su espíritu y el ímpetu de su alma… junto con su espada, esas eran sus mejores armas, y no necesitaba más.
Y así fue, como el camino de su vida se dibujaba ante sus pies a cada paso que daba, y ese camino estaba lleno de dificultades y enemigos que no era capaz de ver hasta que estaban cerca de él.
Poco a poco se fue forjando su propia leyenda, una leyenda en vida al enfrentarse a innumerables enemigos y salir victorioso aunque siempre herido. Pero no importaban aquellas heridas, solo eran cicatrices que evocaban recuerdos de sus vivencias, pero no le afectaban.
Bestias, bandidos, caballeros del mal, magos malignos… todos caían bajo el poder de su espada y su habilidad innata para manejarla… combates épicos que el mundo se perdía y que nadie recordaba, combates donde cada golpe de espada le hacía más fuerte y mejor…
Allá por donde pasaba la gente empezaba a hablar de él, clamando al héroe, pidiéndole ayuda entre suplicas para que acabaran con aquellos seres que amenazaban sus vidas con sus malas artes… y él siempre aceptaba. No pedía nada a cambio, el saber que aquellas gentes podrían vivir en paz cuando él saliera victorioso era su sustento, no necesitaba más, era feliz con eso, vivir por los demás y darlo todo por ellos. Siempre así, un buen samaritano ambulante.
Y los años pasaron rápidamente, la gente ya sabía quien era con tan solo oírle llegar, el Héroe del mundo llegaba a un nuevo pueblo en las tierras del norte, tierras en las que nadie había pisado más allá de aquel helado pueblo… nadie lo había hecho por un motivo de peso.
En los bosques helados que rodeaban aquel pueblo habitaban dos dragones sin alas, los dragones gemelos los llamaban. Cuentan los ancianos del pueblo que sus ancianos los vieron caer del cielo como si fueran dos estrellas… con su llegada se desato un invierno eterno, un invierno que no dejaba pasar ni la luz del sol y que tenía a aquellas gentes atrapadas… pues del mismo modo que nadie puede explorar el bosque, nadie puede salir de aquella aldea… quien entra, lo hace para siempre.
Nuestro no tan joven guerrero no dudo en dirigirse al bosque nada más saber de aquella historia… las gentes lo miraron con admiración, pero todos negaron… muchos héroes ya lo habían intentado y ninguno había vuelto con vida, ni si quiera pudieron recuperar sus cuerpos… pero eso a él no le importo, debía enfrentarse a ello, debía salvar a aquellas personas cueste lo que cueste… y sus pasos le llevaron hasta el interior del bosque helado…
Image composition By Malarkeys
Me encantan las historias que empiezan con "Érase una vez..." ;)
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