jueves, 4 de enero de 2018

Monster

El psiquiatra se removió incomodo en su asiento de cuero mientras miraba de soslayo a su paciente, tumbado sobre el diván. Esa era la cuarta sesión que compartían y el doctor seguía sorprendido por lo singular del caso que le presentaba aquel perturbado.

-¿De verdad no es capaz de verlo? – preguntó tratando de imprimir firmeza al tono de su voz, pues en realidad, estaba bastante asustado.

- ¿qué debería ver? – contestó con otra pregunta. El psiquiatra se colocó bien sus gafas al empujarlas por el puente con su dedo índice. Carraspeó levantándose y dejando su bloc de notas en la mesilla auxiliar que estaba tan expectante como el propio doctor.

Le indicó con un sencillo gesto que lo acompañara al otro lado de la habitación donde tenía algo tapado con una sabana de color gris. El paciente, titubeante en principio, obedeció y se puso donde le indicó.

-Bien- comenzó – esto puede ser algo traumático para usted, pero estoy convencido de que juntos lo afrontaremos – le explicó con todo el ánimo que logró aunar en ese instante. El otro hombre asintió después de tragar algo de saliva al sentir un poco de temor y curiosidad al mismo tiempo.
Sin más dilación, la tela cayó y mostró un ornamentado espejo. Estaba algo deslustrado, pero con una simple mirada uno era capaz de constatar que, aunque viera mejores tiempos en el pasado, se trataba de una pieza de exquisita manufactura dentro de su sencillez.

-Dígame, ¿qué ve? – preguntó el doctor sacando al paciente de su ensimismamiento. Se miró al espejo y se encogió de hombros.

- A mi – respondió.

- De acuerdo. ¿Podría describirme que ve exactamente? –

Lo miró con cierta confusión, pero asintió – pues… a un hombre de un metro ochenta, ojos verdes – miraba de reojo al doctor el cual parecía no dar crédito a lo que escuchaba – pelo corto y negro… - pero dejó de describirse, no soportaba como lo miraban - ¿puedo saber que ocurre doctor? – preguntó con cierto enfado.

Al escuchar ese tono de voz, el psiquiatra vaciló dando un paso para atrás, pero le echó valor al final. Se aclaró la garganta y le respondió - ¿de verdad no ve el cuerno retorcido que surge de su sien izquierda? ¿no es capaz de observar como le falta la carne de medio rostro dejando a la luz del día medía calavera? ¿y que me dice del tono de piel negro como la noche? Por no mencionar, claro, que la cuenca de su ojo derecho esta totalmente vacía y emite una extraña luz anaranjada.

El paciente lo miró, larga y fijamente. Primero furioso por recibir tamaño insulto en su cara, luego, viajó por la confusión más absoluta hasta acabar en las alcantarillas del miedo. Sin controlar su cuerpo, su cuello giró hasta encarar al espejo y entonces lo vio.
Pudo ver todo lo que el doctor describió, pudo ver la verdad. Se dio cuenta de que había vivido una mentira a pesar de que, en ese preciso instante, toda su vida cobró sentido; una cascada de recuerdos le sobrevino. Personas que le hablaban con miedo, niños que lloraban, ancianas que cruzaban la acera; un sinfín de recuerdos que terminaron por conformar la realidad que se había negado a ver, una realidad que no quería afrontar. Una realidad que lo fulminó como un rayo inmisericorde.


En ese momento, y ante los atónitos ojos del doctor, el monstruo se derrumbó como un castillo hecho de naipes carbonizados dejando tras de si una nube de densa ceniza oscura.

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