sábado, 9 de diciembre de 2017

Olvido

Noche cerrada, tierra embarrada por la sangre de los muertos que un segundo atrás fueron hermanos. El metálico olor se entremezclaba con la peste que provocaba el orín y las heces, el más puro reflejo del miedo.

No se veía nada a menos de dos metros, nada salvo los proyectiles fosforados que iluminaban durante una fracción de segundo el frente con su rojizo destello de muerte. Silbaban cerca, se estrellaban aún más cerca, y, a cada pocos segundos, se oía un grito de dolor al que le seguía el golpe sordo de un cadáver más. Otra vida segada como si fuera trigo.

Uno ya no es consciente, llegado el momento, de que esta pasando. Aprieta su fusil contra un dolorido hombro y repite los mecánicos movimientos que lo han mantenido con vida durante los últimos meses. Apunta a un destello del horizonte y dispara, apunta a un destello del horizonte y dispara; una y otra vez sin si quiera llegar a rezar o pensar en el que próximo fogonazo que vea podría ser el último.

Bill ya esta cansado, hastiado, harto… le prometieron la gloria, le aseguraron que eran dueños del mundo y que heredarían la tierra. Los sobornaron con un camino cargado de camaradería y heroicidades, les hicieron ver que eran los elegidos para salvar al mundo entero de la tiranía, que todo tenía un porque y que debían comprometerse con el.

Les mintieron.

Bill ya no puede más, el desanimo lo domina por completo. La trinchera esta llena de muertos que de los cuales aún rezuma algo de vapor; una funesta pantomima del alma huyendo de su cárcel de carne. Bill suelta una carcajada áspera, sin humor ni gracia, el hastío ríe por él. Recuerda la instrucción, recuerda los gritos, las risas y todo aquello queda borrado de un balazo para dejarle ver la cruda realidad de la guerra. Muerte, desolación y olvido. La sensación de que todo cuanto ha luchado no sirve en absoluto inunda su corazón. Nada ha servido de nada, él se sabe un muerto más, un número más en una lista de bajas de una batalla que nadie recordará. Un ataúd vacío que lloraran unos familiares al otro lado del charco y que se creerán las mentiras que les contaran en una carta impersonal que miles de madres leerán.

Bill mira a su compañero y le dice:

“Estoy harto de luchar”

Este le mira con la sana intención de inflamar su espíritu de lucha, pero, tan pronto como se gira, puede ver a escasos centímetros como a Bill, el que acababa de ver la verdad, le estallaba la cabeza en una lluvia de sangre aderezada con metal, trozos de hueso y esquirlas de metal. Bill no es capaz de pensar nada, ni si quiera de gimotear. Bill se fue para no volver. Un número más que tachar de una lista, un simple hombre destinado al olvido y que dio su vida por algo en lo que le hicieron creer. Un hombre al que un “gracias por su esfuerzo” no le servirá de nada.


Adiós Bill.


No hay comentarios:

Publicar un comentario