La escasa luz de la desordenada habitación iluminaba con
mortecina calidez un vaso de whiskey solo. Hace rato que el disco de la gramola
ha llegado a su fin, pero a pesar de ello, sigue dando vueltas emitiendo ese
ruido que carecía de sentido o ritmo.
Sentado sobre un sillón que vio mejores años, una mano vendada
y un rostro desencajado; desencajado por la ira y la tristeza más absoluta. Lee
y relee lo que ha escrito con la tinta de su sangre, con la pluma de su alma… pues,
ya no le queda nada más. Se sorbe la nariz, sin más lagrimas por derramar. Coge
el vaso y le da un largo trago. Siente la dureza del roble, el amargor del
alcohol y la soledad de la bebida sin su fiel compañero, el hielo. Un ardor
asciende por su garganta, un ardor que no fue capaz de reavivar el fuego de su
interior. Ya solo le quedaban ascuas. Ascuas que apenas tenían capacidad de
calentar nada.
Ya no sabe cuantas veces había releído la carta, pero lo
sigue haciendo, preso de una espiral de la que no se sentía capaz de escapar. Puede
llegar a pensar que se la sabe de memoria, al fin y al cabo, la ha escrito él
mismo. Pero no, la amnesia del dolor solo le dejaba mirar por la ventana del
recuerdo, del pasado… de un pasado por el que sacrificó todo cuanto tenía
cuando no debió, de un pasado en el que dio oportunidad a quien ahora cerró la
puerta con llave.
Siente la bilis, ácida, como sube por su esófago. Una mueca
de ira y frustración se dibuja en sus labios.
Desea cambiar lo mal que ha hecho, pero esa capacidad solo
es propia de las novelas de ficción. La realidad es otra. La realidad es cruel,
la realidad no posee empatía… la realidad es pragmática e irreflexible. No te
da lo que le das, no te devuelve el favor de una vida entregada. Pero es que
así es ella, la realidad, la vida… no entiende que los humanos erran, no
comprende el arrepentimiento… es como el tiempo. Avanzan y siguen su camino sin
esperar a nadie.
Se siente como un luchador de circo. Todos le miran, todos
le gritan. Esta él solo, enfrentando al dragón que domina sus sueños. Están
heridos, ambos sangran. Ambos sienten la vida escapar de sus cuerpos. Él quiere
luchar, pero el dragón no. No contempla la posibilidad de matar al que se ha
rendido. Le grita cobarde con una voz rota y ajada, le implora que luche. El
dragón le mira con ojos apagados y doloridos, los mismos que los de él… pero no
importa, El Emperador baja el pulgar y el luchador muere con cuatro saetas y
medias clavadas en su pecho. Cae de rodillas mirando al dragón que no se mueve.
Parpadea una última vez exhalando un… “lucha...”
Así se siente. Arruga la carta y la tira a un montón de
bolas de papel en igual estado. Sonríe cansado, se dibuja en su mente que la
estampa de tanto papel abandonado y dejado atrás es una burla del destino de sí
mismo… abandonado cuanto más necesita ser leído. Que triste y doloroso le
resulta.
Se levanta con pesadez, como solo un anciano es capaz, un
anciano que decide que ya ha vivido demasiado y que puede abrazar a la fría
y siempre justa parca. Aferra el vaso de whiskey, lo aprieta con fuerza. Sus
dedos se crispan, la mano se tensa y con un alarido sin voz lo estrella contra
el suelo. Observa el destrozo, pero solo es capaz de suspirar. Se dirige hacia
la gramola, mira su girar, tortuoso e inevitable. Se ríe del disco de vinilo y
de él mismo. Ambos son incapaces de parar el giro. Ambos son presos.
Finalmente coge la aguja con delicadeza y la pone al inicio
de la canción. La música suena, los recuerdos afloran como una herida abierta y
él, baila solo. El ultimo vals sobre los cristales que crujen como los sueños rotos,
como los sueños que un día vio brillar como una estrella, como los sueños de
los que se enamoró.
Artist -Haenuli
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