domingo, 15 de enero de 2017

Condenado

Sonriendo, escuchaba la dulce melodía de las olas chocando contra las rocas. Ese lugar era especial para él. Llegó a atesorar muchos recuerdos ahí y le sirvió de refugio en los momentos de mayor debilidad. Se podría decir que era su sitio después de que ella se lo enseñara.

Ahora estaba solo, mirando el mar, escuchando su canto. Había lágrimas en sus ojos, pero se esforzaba en recordar lo bueno, se aferraba a la idea de que había luchado todo cuanto fue capaz, que ya no quedaba nada de él salvo un cascaron al que se le acabaron las sonrisas.

En el momento que decidió irse, un grupo de gente lo apresó, amordazó y cubrió su rostro. Algunos gritaban, otros le increpaban y unos pocos le golpeaban. Él no se resistió. Perdida la voluntad y la alegría a uno solo le quedaba languidecer hasta no ser más que polvo y ceniza… solo le quedaba el olvido pues no habría nada que mereciera la pena recordar.

Volvió a ver. Una sala angosta, mal iluminada y muchas personas. Rostros anodinos lo miraban y juzgaban como si fuera un monstruo. Él, confuso, no comprendía la magnitud de lo que estaba ocurriendo.

Se atrevieron a llamarlo juicio, pero en realidad era una burla a la sagrada justicia, un insulto. A cada pensamiento que vomitaban era un escupitajo nauseabundo contra la verdad. Siempre repetían la misma palabra, sospecha ¿prueba? Ninguna. Solo se le permitió hablar una vez, pero habló para la nada pues no hay más sordo que el que no quiere escuchar. Él lo supo, pero él lo intentó.
Confesó su error, que no crimen. Confesó su arrepentimiento y lloró con la cabeza bien alta. Su corazón latió tranquilo porque sabía la verdad, sabía lo ocurrido. Pero no bastó. Quien juzga con los ojos vendados, juzga con dureza y negará todo lo evidente, aunque se le quite el velo.

La sentencia fue proclamada a golpe de martillo. El olvido, condenado por crímenes que no había cometido ni en la peor de sus pesadillas, condenado en base a la sospecha y el miedo. Quienes lo juzgaron no eran hombres virtuosos como Platón hubiera podido desear.

¿Dónde quedó la Prudencia? La prudencia de dar la ocasión a evitar una condena basada en miedos, de ayudar a la justicia a ser como debía ser, justa. Él no percibió ni un atisbo de reflexión mesurada. No, solo la desmesura de un miedo que te propulsa a dimensiones absurdas y alocadas.

¿Y la Fortaleza? La capacidad de aceptar lo ocurrido y superarlo, la fuerza que un ser humano debe poseer para atribuir la importancia justa a lo ocurrido. Ni sobredimensionarlo, ni infravalorarlo.  De no tener miedo, de ser capaz de afrontarlo, mirarlo a los ojos sin dudar… solo así se le vence; solo así se descubre la verdad.

¿Templanza? Ninguno poseyó esa virtud, todos deseaban condenarle, todo deseaban olvidarle en el agujero más oscuro que pudieran encontrar.

Y ya no hablemos de la Justicia. No se puede hablar de justicia cuando se ha juzgado antes de atreverse a considerar la verdad. No hay justicia cuando el miedo domina tus actos. Solo hubo una pantomima, un teatro para cuando llegara el día de mañana, intentar pensar que todo se hizo bien, tratando de acallar las voces díscolas de la conciencia, voces que le susurraran en las noches más frías que todos se merecen una segunda oportunidad, que el miedo nubló el juicio.

Condenado de asesinato sin ser asesino, sin arma ni cadáver, una sospecha que dio vida a un árbol podrido e infecto. Justicia lo llaman cuando deberían llamarlo vergüenza.

Fue lanzado contra una pared de piedra desnuda. Grilletes mordieron sus muñecas y tobillos. La puerta se cerró y el olvidó apareció con su sardónica sonrisa.

Ya no podía llorar. Solo quiso escuchar la música del mar, pero la única canción que le quedó para el resto de su vida era el metálico entrechocar de sus cadenas. Se derrumbó sobre sus rodillas con un corazón sereno, él sabía la verdad y eso era lo único que podría reconfortarle.

Hubiera merecido la pena luchar, pero a veces la situación supera al más voluntarioso. Nadar contra una fuerte corriente solo es alcanzable por los embravecidos salmones, no para alguien que fue diseñado para amar. 


oniria By Malarkeys

miércoles, 11 de enero de 2017

Cartas de la ira

La escasa luz de la desordenada habitación iluminaba con mortecina calidez un vaso de whiskey solo. Hace rato que el disco de la gramola ha llegado a su fin, pero a pesar de ello, sigue dando vueltas emitiendo ese ruido que carecía de sentido o ritmo.

Sentado sobre un sillón que vio mejores años, una mano vendada y un rostro desencajado; desencajado por la ira y la tristeza más absoluta. Lee y relee lo que ha escrito con la tinta de su sangre, con la pluma de su alma… pues, ya no le queda nada más. Se sorbe la nariz, sin más lagrimas por derramar. Coge el vaso y le da un largo trago. Siente la dureza del roble, el amargor del alcohol y la soledad de la bebida sin su fiel compañero, el hielo. Un ardor asciende por su garganta, un ardor que no fue capaz de reavivar el fuego de su interior. Ya solo le quedaban ascuas. Ascuas que apenas tenían capacidad de calentar nada.

Ya no sabe cuantas veces había releído la carta, pero lo sigue haciendo, preso de una espiral de la que no se sentía capaz de escapar. Puede llegar a pensar que se la sabe de memoria, al fin y al cabo, la ha escrito él mismo. Pero no, la amnesia del dolor solo le dejaba mirar por la ventana del recuerdo, del pasado… de un pasado por el que sacrificó todo cuanto tenía cuando no debió, de un pasado en el que dio oportunidad a quien ahora cerró la puerta con llave.

Siente la bilis, ácida, como sube por su esófago. Una mueca de ira y frustración se dibuja en sus labios.

Desea cambiar lo mal que ha hecho, pero esa capacidad solo es propia de las novelas de ficción. La realidad es otra. La realidad es cruel, la realidad no posee empatía… la realidad es pragmática e irreflexible. No te da lo que le das, no te devuelve el favor de una vida entregada. Pero es que así es ella, la realidad, la vida… no entiende que los humanos erran, no comprende el arrepentimiento… es como el tiempo. Avanzan y siguen su camino sin esperar a nadie.

Se siente como un luchador de circo. Todos le miran, todos le gritan. Esta él solo, enfrentando al dragón que domina sus sueños. Están heridos, ambos sangran. Ambos sienten la vida escapar de sus cuerpos. Él quiere luchar, pero el dragón no. No contempla la posibilidad de matar al que se ha rendido. Le grita cobarde con una voz rota y ajada, le implora que luche. El dragón le mira con ojos apagados y doloridos, los mismos que los de él… pero no importa, El Emperador baja el pulgar y el luchador muere con cuatro saetas y medias clavadas en su pecho. Cae de rodillas mirando al dragón que no se mueve. Parpadea una última vez exhalando un… “lucha...”

Así se siente. Arruga la carta y la tira a un montón de bolas de papel en igual estado. Sonríe cansado, se dibuja en su mente que la estampa de tanto papel abandonado y dejado atrás es una burla del destino de sí mismo… abandonado cuanto más necesita ser leído. Que triste y doloroso le resulta.

Se levanta con pesadez, como solo un anciano es capaz, un anciano que decide que ya ha vivido demasiado y que puede abrazar a la fría y siempre justa parca. Aferra el vaso de whiskey, lo aprieta con fuerza. Sus dedos se crispan, la mano se tensa y con un alarido sin voz lo estrella contra el suelo. Observa el destrozo, pero solo es capaz de suspirar. Se dirige hacia la gramola, mira su girar, tortuoso e inevitable. Se ríe del disco de vinilo y de él mismo. Ambos son incapaces de parar el giro. Ambos son presos.


Finalmente coge la aguja con delicadeza y la pone al inicio de la canción. La música suena, los recuerdos afloran como una herida abierta y él, baila solo. El ultimo vals sobre los cristales que crujen como los sueños rotos, como los sueños que un día vio brillar como una estrella, como los sueños de los que se enamoró.


Artist -Haenuli


jueves, 5 de enero de 2017