domingo, 25 de marzo de 2012

De principes y princesas

Graduado con honores en la universidad de los príncipes azules, segundo de su promoción.

Esa era la entrada favorita del curriculum vitae de nuestro joven príncipe azul. Había terminado sus estudios por fin y salió de la universidad con un diploma, una espada de madera y una vespa blanca, ahora le tocaba enfrentarse al mundo real, a esa gran mierda llamada realidad.

Al mes siguiente se vio a si mismo aparcando la moto en un pueblo que estaba asolado por el ataque de un temible dragón. Decidido, nuestro príncipe con sobresaliente en “matar criaturas miticas”, aferró con fuerza su espada de madera y se enfrentó al dragón… la pelea podría haber sido la epopeya más grande jamás contada mezclada con Benny Hill, pero fuere como fuere, ganó, ese era nuestro principito, un ganador. Herido, agotado y triunfal recorrió la cueva en la búsqueda de la bella damisela en apuros que con la cual se casaría, tendría una prole y comería perdices… pero no encontró nada salvo un tacón del número treinta y seis, un trozo de vestido y manchas de sangre… había llegado tarde.

Pero no importaba, aún era ingenuo y siguió su camino en su flamante vespa blanca.

Atravesó un frondoso bosque nevado perdido de la mano de Dios siguiendo la pista de un grupo de enanos y una bella princesa huida. No fue fácil, la puta vespa no tenía calefacción y en la universidad no le dieron abrigo, solo una espada de madera… y el diploma.
Se pasó semanas buscando, pero al fin la encontró, un ataúd de cristal y los siete enanos llorando su letargo. El príncipe, que tenía matrícula en “Doncellas hechizadas y/o drogadas” supo al instante que debía hacer, así que con una sonrisa en sus labios se acercó, destapó el ataúd y le dio un beso en los labios… un beso que derritió la nieve de alrededor, y que por supuesto, la despertó.
A la segunda, que tino; pero entonces se oyó el potente rugido de una Halery Davidson, enanos, principito y princesa se giraron y vieron a un apuesto gallardo a lomos de una potente moto negra, una sonrisa sin quitarse esas cutres gafas de sol y la princesa despertada ya estaba en el asiento trasero… humo de motor, un encogimiento de hombros por parte de ella y se marcharon. Los enanos ya ni estaban solo quedó el principito con cara de lelo mirando el lugar por donde se había marchado… algo empezaba a fallar.

Pero no importaba, la esperanza es lo último que se pierde. Siguió su camino en su flamante vespa blanca.

El principito fue invitado a una rave de esas que hacen historia. Todos los principitos que estaban graduados irían y se aseguraba bebida, música y mujeres. Con ganas de despejarse y animarse, el principito fue con sus mejores galas.
En aquella fiesta, entre cubata y cubata conoció a una bella dama de cabellos dorados, bailaron, rieron y demás cosas… pero a las dos de la mañana se fue corriendo alegando que debía estar en su casa a esa hora. El principito, enamorado y confuso le dijo que era una rave, que eso terminaba al amanecer, pero ella se fue corriendo dejando tras de sí la plataforma derecha que llevaba por calzado (increíble pero cierto).
Roto por dentro, decidió buscarla por la ciudad, calzaba un número raro para ser mujer, un treinta y seis… la encontraría.

Y la encontró, después de semanas buscando como un bobo, logró encontrar a aquella bella dama de cabellos dorados, la cual agradeció el gesto de devolverle su plataforma favorita, pero que aquello había sido una noche loca, nada más… sonriéndole ella a él, le revolvió el pelo y le dijo que era muy mono.

…Muy mono.

Pero no importaba, siempre queda algo de fe. Siguió su camino en su flamante vespa blanca.

Meses después, al principito le llegó el rumor de una princesa encerrada en un torreón sin puerta ni escalera… su deber era rescatarla, y más siendo él el único de su promoción en tener matrícula de honor en “Escalada de montañas y torres mágicas”.
Allí que fue, encontró la torre y la escaló durante dos días y dos noches. Agotado, llegó a la única ventana de la torre y por la cual se coló.
La primera impresión fue desagradable, había una peste que casi le hizo devolver, pero se aguantó. Escudriñó la sala y sin darse cuenta, estaba rodeado de gatos… docenas de peludos mininos se restregaban entre sus piernas mientras maullaban lastimosos. La princesa no tardó en aparecer, con el pelo estropajoso, ojeras peligrosas y una mirada perdida. Era guapa, si, pero algo pintaba mal, sobre todo cuando se puso a hablar con los gatos, a decirles que su príncipe azul había llegado a salvarla; una extraña situación, la princesa gritaba de repente, y tan pronto como daba un berrido susurraba.
Acojonado se tiró por la ventana cayendo en el lago que había abajo mientras la loca princesa le lanzaba gatos desde la ventana.

Que mal huele todo.

Pero no importaba, siempre queda algo de luz. Siguió su camino en su flamante vespa blanca.

Desanimado, el principito habló con los lugareños. Estos le contaron que había un castillo con un malvado mago que había secuestrado a la muchacha más guapa del pueblo; le pidieron que la salvara, por lo que más quisiera, que era la luz de aquel lúgubre lugar.
Bondadoso y de buen corazón, el principito fue a salvarla en su vespa blanca. Venció decenas de enemigos con su espada de madera, traspasó laberintos, descifró acertijos y por fin llegó a los aposentos del mago… después de una conversación propia de Tarantino con el mago, el príncipe fue a por la mujer, pero horrorizado, escuchó atónito los gritos que le dedicó, que mierda hacía ahí, que ella estaba muy a gusto, que era feliz, que se fuera a pellizcar cristales a otra parte y así un sinfín de tacos e improperios que hicieron salir corriendo al principito…

Pero no importaba… bueno, si importaba, todo era una autentica mierda.

Alguien le dijo que había otra princesa en apuros, pero al principito se le había pinchado una rueda de la vespa, había vendido su espada de madera y usaba el diploma para cortarse la coca después de que la última princesa que rescató le dijo que “mejor amigos”…